sábado, agosto 18, 2007

Torturar sirve para el control social.

Por Naomi Klein, periodista canadiense, autora de No Logo, libro insigne de los movimientos antiglobalización. Traducción de Joaquín Ibarburu.

Pude vislumbrar los efectos de la tortura en acción durante un reciente homenaje a Maher Arar. El canadiense oriundo de Siria es la víctima más famosa de la "entrega", el proceso por el cual los funcionarios estadounidenses tercerizan la tortura a otros países. Arar cambiaba de avión en Nueva York, cuando interrogadores estadounidenses lo detuvieron y lo "entregaron" a Siria, donde pasó diez meses en una celda apenas más grande que una tumba, de la que se lo sacaba periódicamente para golpearlo.
El consejo Canadiense de Relaciones Americano-Islámicas rindió homenaje a Arar por su valor. El público lo ovacionó de pie, pero en la celebración se colaba el miedo. Muchos de los importantes líderes comunitarios se mantenían a distancia de Arar y sólo le respondían de manera tentativa. Algunos oradores ni siquiera podían mencionar al homenajeado por su nombre, como si tuviera algo contagioso. Y tal vez tenían razón: la endeble "prueba" -desestimada más tarde- que hizo que Arar fuera a parar a una celda infestada de ratas era la de asociación. Y si eso podía pasarle a Arar, un exitoso ingeniero de software y padre de familia, ¿quién está a salvo?
En un raro discurso público, Arar abordó ese miedo. Le dijo al público que un comisionado independiente trataba de reunir pruebas sobre funcionarios que violaban las reglas al investigar a canadienses musulmanes. El comisionado había escuchado decenas de relatos de amenazas, acoso y visitas inapropiadas a casas. Sin embargo, dijo Arar, "nadie presentó una queja pública. El miedo evitó que lo hicieran". El miedo a ser el siguiente Maher Arar.
El miedo es aún mayor en el caso de lo musulmanes de los EE.UU., donde la Ley Patriótica da a la policía la facultad de confiscar los archivos de cualquier mezquita, escuela, biblioteca o grupo comunitario ante la mera sospecha de una vinculación con el terrorismo. Cuando a esa intensa vigilancia se le suma la omnipresente amenaza de la tortura, el mensaje es claro. Si se da un paso en falso, se puede desaparecer en un avión con destino a Siria o en el "profundo agujero negro de la Bahía de Guantánamo", según la frase que empleó Michael Ratner, el presidente del Centro por los Derechos Constitucionales.
Sin embargo, hay que calibrar de manera muy fina ese miedo. La gente a la que se intimida tiene que saber lo suficiente como para tener miedo, pero no tanto como para exigir justicia. Esa dosificación estratégica de la información, combinada con los desmentidos oficiales, induce un estado mental que los argentinos describen como "saber/no saber", un vestigio de su "guerra sucia".
"Por supuesto, los agentes de inteligencia tienen un incentivo para ocultar el uso de métodos ilegales", dice Jameel Jaffer, abogado de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLUD). "Por otra parte, cuando usan la entrega y la tortura como amenaza, es innegable que, en cierto sentido, aprovechan el hecho de que la gente sepa que los agentes de inteligencia están dispuestos a actuar de forma ilegal. Aprovechan el hecho de que la gente entienda la amenaza y la considere creíble".
Y hay amenazas. En una declaración que se incluye en la presentación judicial de ACLU contra el artículo 215 de la Ley Patriótica, Nazih Hassan, presidente de la Asociación de la Comunidad Musulmana de Ann Arbor, Michigan, describe este nuevo clima. El número de miembros y sus asistencia se reduce, las donaciones disminuyen, los integrantes de la comisión directiva renunciaron. Hassan señala que sus miembros evitan cualquier cosa que pueda hacer que sus nombres figuren en listas. Un miembro declaró en forma anónima que dejó "de hablar sobre temas políticos y sociales", porque no quiere llamar la atención.
Ese es el verdadero objetivo de la tortura: aterrorizar, y no sólo a la gente que está en las celdas de Guantánamo y Siria, sino también, y, sobre todo, a la comunidad que oye hablar de tales abusos. La tortura es una máquina pensada para quebrar la voluntad de resistir, tanto la voluntad del detenido como la voluntad colectiva.
No se trata de una afirmación polémica. En 2001, la ONG estadounidense Médicos por los Derechos Humanos publicó un manual sobre la atención a los sobrevivientes de la tortura que señalaba: "los perpetradores a menudo tratan de justificar sus actos de tortura y maltrato con la necesidad de obtener información. Esa argumentación oscurece el objetivo de la tortura. El propósito de la tortura es deshumanizar a la víctima, quebrar su voluntad y, al mismo tiempo, presentar ejemplos aterradores a aquellos que entren en contacto con la víctima. De esa forma la tortura puede quebrar o minar la voluntad y la coherencia de comunidades enteras".
Sin embargo, la tortura sigue siendo objeto de debate en EE.UU., como si fuera sólo una forma moralmente cuestionable de extraer información, no un instrumento de terrorismo estatal. Pero hay un problema: nadie dice que la tortura es una eficaz herramienta de interrogatorio, y mucho menos la gente que la practica. La tortura "no funciona. Hay mejores formas de tratar con los detenidos", dijo el director de la CIA Porter Goss a la Comisión de Inteligencia del Senado, el 16 de febrero.
Un memorándum de un funcionario del FBI en Guantánamo que se dio a conocer hace poco señala que la extrema coerción no produjo "nada más que lo que el FBI obtuvo mediante técnicas de investigación simples". El propio manual de interrogación del ejército indica que la fuerza "puede inducir a la fuente a decir cualquier cosa que crea que el interrogador quiere oír".
Pero los abusos continúan: Uzbekistán como nuevo centro de entregas, el "modelo salvadoreño" importado a Irak. La única explicación sensata de la persistente popularidad de la tortura procede de una fuente impensada. Durante el torpe juicio de Lynndie England, el chivo expiatorio de Abu Ghraib, se le preguntó por qué ella y sus colegas habían obligado a presos desnudos a formar una pirámide humana. "Como forma de controlarlos", contestó.
Exacto. Como herramienta de interrogación, la tortura es inútil. Pero en lo que respecta a control social, nada puede igualarla.
Nota del transcriptor: En la 1ª democracia del mundo donde ser musulmán después del 11-S es igual a ser comunista en Chile después del 11-S.

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