jueves, junio 12, 2008

SOBRE LOS MOVIMEINTOS JUVENILES.

La averiguación esencial de que hablando del hombre lo substantivo es su vida y todo lo demás adjetivo, que el hombre es drama, destino y no cosa, nos proporciona súbito esclarecimiento sobre todo este problema. Las edades lo son de nuestra vida y no, primariamente, de nuestro organismo; son etapas diferentes en que se segmenta nuestro quehacer vital. Recuerden ustedes que la vida no es sino lo que tenemos que hacer, puesto que tenemos que hacérnosla. Y cada edad es un tipo de quehacer peculiar. Durante una primera etapa, el hombre se entera del mundo en que ha caído, en que tiene que vivir: es la niñez y toda la porción de juventud corporal que corre hasta los 30 años. A esta edad el hombre comienza a reaccionar por cuenta propia frente al mundo que ha hallado: inventa nuevas ideas sobre los problemas del mundo: ciencia, técnica, religión, política, industria, arte, modos sociales. El mismo u otros hacen propaganda de toda esa innovación, como viceversa integran sus creaciones con las de otros coetáneos obligados a reaccionar como ellos ante el mundo que encontraron. Y así, un buen día, se encuentran que con su mundo innovado, el que ahora es obra suya, queda convertido en un mundo vigente. Es lo que se acepta, lo que rige en ciencia, política, arte, etc. En ese momento empieza una nueva etapa de la vida: el hombre sostiene el mundo que ha producido, lo dirige, lo gobierna, lo defiende. Lo defiende porque unos nuevos hombres de 30 años comienzan, por su parte, a reaccionar ante ese nuevo mundo vigente.
Esta descripción pone de manifiesto que para la Historia hay una porción determinada de nuestra vida que es la más importante. El niño y el anciano apenas sí intervienen en la Historia: aquél todavía, éste ya no. Pero tampoco en la primera juventud tiene el hombre actuación histórica positiva. Su papel histórico, público, es pasivo. Aprende en las escuelas y oficios, sirve en las milicias. Lo que en el niño y el joven es vida actuante, queda bajo el umbral de lo histórico y se refiere a lo personal. En efecto, es la etapa formidablemente egoísta de la vida. El hombre joven vive para sí. No crea cosas, no se preocupa de lo colectivo. Juega a crear cosas –por ejemplo, se entretiene en publicar revistas de jóvenes–, juega a preocuparse de lo colectivo, y esto, a veces, con tal frenesí y aun con tal heroísmo, que a un desconocedor de los secretos de la vida humana le llevaría a creer en la autenticidad de la preocupación. Mas, en verdad, todo ello es pretexto para ocuparse de sí mismo y para que se ocupen de él. Le falta aún la necesidad substancial de entregarse verdaderamente a la obra, de dedicarse, de poner su vida en serio y hasta la raíz a algo trascendente de él, aunque sea sólo a la humilde obra de sostener con la de uno la vida de una familia.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET

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